La cultura de la no-violencia
¿Ha pensado alguna vez en la violencia: qué es, cómo nos afecta y qué rol desempeña en nuestra sociedad? No es ningún secreto que nuestra educación en general (que cuenta con muchísimos tintes aún religiosos) es contraria a toda actitud violenta. Se nos educa para ser pacientes, tolerantes, obedientes y abnegados; todos estos son atributos de buena persona . Un delicado trabajo obra en nuestra psique desde niños con el fin de adormecer e incluso suprimir una forma de respuesta que es natural en todo organismo vivo: la violencia: la defensa contra un ataque, el ataque contra una defensa. A nadie debería sorprender esto, ¿quién precisa de un recurso tan bárbaro en un mundo civilizado, en un mundo racional? Pero este recurso es el pilar de nuestra sociedad y del sistema que le da forma.
Pero ¿cómo, la violencia no es un acto penado en casi todos los sistemas sociales del mundo? Así es, pero, ¿por quién es penado este acto? Claro, por el mismo sistema que la proscribe, y la violencia es censurada con violencia, en contraposición al pensamiento popular de que al bruto (mal llamado al violento) se le domina con astucia. ¿El sistema (cualquiera sea éste) aplica la violencia para suprimir la violencia? Este aparente juego de palabras es fácil de entender cuando se lo somete a un mínimo análisis: El Rey es el único que puede portar una espada, esta espada representa el medio para aplicar la justicia; nadie más puede portar una espada, porque se corre el riesgo de que cualquiera quiera administrar su propia justicia y no la justicia del Rey; así el Rey, con su arma, procesará a todo aquel que intente hacerse con una espada o quiera portar una. El ejemplo con facilidad puede aplicar a nuestro tiempo. ¿Quién acataría los dictámenes de un Estado que van en contra de sus intereses personales si éste no contase con el monopolio de la violencia: la policía y, para sus relaciones internacionales, el ejército?
Si buena persona es ser paciente, tolerante, obediente y abnegado, una mala persona es aquella que es rebelde, intolerante, resuelta y egoísta; Estos infames atributos son un problema para cualquier sistema organizado cuya sustentabilidad se basa en la opresión de unos en beneficio de otros. Así no sorprende que desde tiempos remotos el concepto de buena persona se haya mantenido casi inalterado hasta nuestros días. Fueran antes las religiones las encargadas de inculcar esta idea en las mentes de sus fieles, en la actualidad la tarea descansa en manos del sistema educativo así como de la propia familia (previamente moldeada por dicho sistema).
¿Pero esto es pernicioso para el individuo moderno cuyo estilo de vida cómodo descansa en manos del organismo antes mencionado, o acaso es solo una incomodidad intelectual? Me gustaría decir que se trata solo de una incomodidad intelectual, pero temo que no es así. Tendemos a pensar que el Estado (apelativo que de ahora en más utilizaré para incluir todos los sistemas posibles: religioso, estatal, o cualquier otra forma de sociedad) representa nuestros intereses, así lo expuso Thomas Hobbes en 1651 y la idea no ha perdido fuerza con el tiempo. Sus defensores nos interrogarán diciendo: ¿qué es el Estado sino la sumatoria de sus individuos? Una verdad a medias, el Estado puede prescindir de usted cuando quiera (¿qué le hace diferente a tantos otros que mueren por ahí de hambre o en una prisión?), usted, como individuo único, no es más que una pieza reemplazable y debe ajustarse a los designios del mecanismo mayor. Cómo una pieza va a actuar a su antojo, el mecanismo se vería seriamente comprometido. He ahí que aparecen las imposiciones. El ejemplo más claro de ello es, propiamente, el impuestos: un porcentaje que usted deberá pagarle al Estado, su pago no es opcional, por lo que no pagarlo implica un crimen que debe ser, y será, castigado. Qué es esto sino extorsión, una forma de violencia. Pero no se confunda, no hablo de vivir a expensas del Estado y esperar que todo se me pruebe gratuitamente, esto no es un manifiesto socialista ni comunista. Hablo simplemente del poder de elección: si elijo no formar parte, por ejemplo, del sistema de jubilación o pensión, y quiero administrar mi propio dinero y no tener que dárselo al Estado para que lo gestione a su antojo y me lo devuelva de la forma que más le guste, si quiero evitar la intervención estatal y hacerme cargo de mi propio futuro, el Estado me lo negará (hablo tomando como ejemplo el país que conozco: Argentina) y si de alguna forma me las ingenio para sortear ese impuesto, se me castigará. Esta libertad de elección no existe en cuanto que solo es posible una opción que no acarrea un castigo arbitrario. Así vemos que el Estado no basa su causa sobre nada más que él mismo: solo le interesa su supervivencia, que no es lo mismo que decir la supervivencia de todos. En un sistema así es lógico pensar que la educación, la suya, la que él imparte, sea contraria a la violencia. De esta forma toleramos maltratos y exigencias absurdas y muchas veces de una arbitrariedad terrible, porque es para lo que fuimos educados, después de todo (se nos dice) esto no durará por siempre, de acá a unos años podrá usted votar y así cambiar esto que no le gusta, elegir a alguien más, a otro pastor para el rebaño; y está mal el que intente librarse de la coacción del poder mediante otro medio que no sea el que el propio poder ha servido.
Se reconoce de esta manera que el Bien no es otra cosa que la ley, la ley es la estandarización de la moral, la moral es una quimera; moral es legalidad: una devoción al cumplimiento de las normas establecidas. Las viejas costumbres, arraigadas duramente al sentimiento de sociedad, exigen el respeto a la moral, a ese pacto que nos vincula, y nada es más inmoral que el violento, que aquel que atenta contra el organismo que da sustento y resguarda las buenas costumbres. Está bien ejercer la violencia cuando ésta es autorizada y fomentada por el organismo que la administra: Cuando el imperio Católico convirtió la cruz en la empuñadura de una espada, esa violencia era designio de Dios, era moral; Cuando el Estado declara la guerra, sea a un país vecino, sea a sus propios habitantes, la fuerza (su aplicación) es una medida justificada, por lo tanto es moral. Pero nunca lo será cuando es un individuo el que se apropia de este medio y lo ejerce en pos de su causa, eso, nos explica el poder, es egoísmo, y no hay nada más inmoral que el egoísmo en una sociedad ¿Puede querer , una persona educada bajo estos lineamientos, levantarse contra una serie de pequeñas, medianas y grandes injusticias por decisión propia? No, cómo podría. La violencia (nos aleccionan) nunca es la solución (a pesar de que ello vaya en contra de todo lo que enseñan los libros de historia). Así toleramos al que nos roba, nos ridiculiza e incluso nos utiliza en su favor; así obedecemos las leyes que nos dicen que está bien trabajar una tercera parte del día (con mucha suerte) en algo que detestamos, para que el Estado se quede con una gran tajada de esa labor y así sustentar un sistema que nos recompensa con unas pocas horas a la semana que dedicamos a intentar olvidar que somos cautivos del orden establecido; así soportamos con paciencia nuestras penurias, con la esperanza de que llegue alguien más (otra persona, no yo, jamás yo) que nos saque de este lío; así, porque es nuestra naturaleza de abnegados (nos dicen) que entregamos y damos todo por el otro… el otro, ese otro que no es más que el Estado (la palabra Estado puede ser fácilmente reemplazada por otras, como Iglesia, Humanidad, etcétera). Después de todo, nosotros no somos violentos; nosotros somos buenas personas.
"Si buena persona es ser paciente, tolerante, obediente y abnegado, una mala persona es aquella que es rebelde, intolerante, resuelta y egoísta."
HOBBES, Thomas - El Leviatán (1651).
MAQUIAVELO, Nicolás - Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1512).
NIETZSCHE, Friedrich - Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales (1881).
NIETZSCHE, Friedrich - La genealogía de la moral (1887).
PLATÓN - La república (Siglo iv a. C.).
STIRNER, Max - El único y su propiedad (1844 ).