INDIGESTIÓN DEL PENSAMIENTO
The Thirteenth Floor ("El piso trece", 1999), película de Josef Rusnak. Fuente: El Chapuzas Informatico.
La Matrix
El estreno en la pantalla grande del nuevo lanzamiento de la reconocida franquicia “Matrix” ha hecho resurgir el antiquísimo debate en torno a la realidad. Más específicamente, y en intrínseca relación a nuestra concepción moderna de un mundo tecnológico, a la simulación de la realidad.
Si han visto Matrix sabrán a qué me refiero, sino, ahora lo aclaro. Los que hablan de la posibilidad de un mundo o un universo simulado, aventuran que es altamente probable que toda nuestra realidad no sea más que un refinado programa de computadora. Hipótesis a la que algunas personalidades, como Elon Mosk, adhieren.
Antes de proseguir es menester hacer una aclaración fundamental. Primero, el carácter de esta nota: dadas las limitaciones obvias que hacen a una columna en una revista, este artículo no pretende ser un ensayo riguroso ni mucho menos. Aunque la información aquí expuesta es cuidada y busca ser tan neutral como el propio criterio lo permite, no pasa de ser una especulación, por lo que así es como debe tomarse.
Segundo, el carácter del asunto expuesto en sí: la realidad. Este tema ya era discutido por los antiguos griegos y, quizás, antes aún.
El estudio de la realidad, incluso hoy, sigue siendo potestad de la filosofía y se ha debatido sobre su origen e implicaciones desde que el humano cobró conciencia de sí y su entorno. Por lo que el asunto no es nada nuevo, con la excepción de que ahora, por nuestros conocimientos y nociones tecnológicas, lo hemos dotado de un carácter más moderno. Cabe destacar también que la realidad per se no es algo que haya sido definido bajo los estándares modernos del método científico. Así es, no hay una explicación de carácter científico para lo que es la realidad como tal sino aproximaciones, hipótesis o definiciones parciales.
¿Eso nos permite hacer todo tipo de especulaciones locas y estrambóticas? Sí y no. Sí, si lo que usted pretende es fundar una religión o culto espiritual. Y no, si usted pretende desentrañar la incógnita mantenién- dose dentro de los márgenes de la lógica. (He ahí la diferencia, explicada en burdas palabras, entre la religión/teología y la filosofía). Por nuestra parte, nos ceñiremos tanto como sea posible a la especulación bajo las premisas de la filosofía.
¿Es nuestra vida, incluso nosotros mismos, una simulación? ¿Somos el producto de un ordenador ejecutando un programa? Vamos a plantear varios escenarios hipotéticamente posibles:
Antes de hablar si somos o no el producto (directo o indirecto) de un super procesador, debemos discriminar la posible naturaleza de éste. Estimo que tal super procesador puede existir por dos causas: una de carácter natural, incluso azaroso; y otra de carácter artificial y metódico.
La primera puede o no encerrar un propósito. Si no lo encierra (por ejemplo, podría ser una mente soñando) y puesto que la naturaleza que le dio forma (suponiendo que la nuestra es un simulacro) nos es inaccesible (no podríamos guiarnos por nuestras leyes físicas como una imitación de las suyas porque, aunque en mucho se puedan asemejar, es de todos sabido que la física de los sueños no se ciñe tal cual a la del mundo en vela), nuestras suposiciones no estarían basadas en nada más que la imaginación, por lo que caeríamos en el sinsentido que le achacamos a la religión. Por lo que de tratarse de la primera opción (un super-procesador de origen natural/azaroso) y éste no contase con fin alguno, toda especulación es fútil. Y solo podríamos percatarnos de nuestra naturaleza “irreal” a causa de algún error de programa tan brusco que no quedase lugar a duda.
Si el super-procesador fuera de naturaleza artificial pero el origen de la simulación se produjese por un producto del azar (un error en un programa, etcétera) nos hallaríamos en idéntica situación que con el modelo anterior, puesto que el error no tiene por qué respetar ni replicar las condiciones del mundo del que forma parte, después de todo es sólo producto del azar, y nos encontraríamos en un universo cuyas leyes podrían estar totalmente desconectadas del Otro Mundo dejándonos desprovistos de medios racionales en que sustentar hipótesis alguna, estando sujetos solo (como en el ejemplo anterior) al descubrimiento o aparición de un error de proporciones bíblicas. Así nuestro mundo tendría sentido bajo dos supuestos: uno puede ser que todo tenga “lógica” solo bajo nuestra óptica, ya que somos el producto de ese azar. O que solo se cumplió el caso del teorema del mono infinito.
Pero si el super procesador contase con un propósito (y para este punto es irrelevante su naturaleza azarosa o artificial) y los elementos de la simulación fueran de orden lógico en pos de una o múltiples finalidades, las posibilidades de escapar de la cueva1 ya no se limitan solo a un milagro fortuito. Y digo SOLO porque habría una altísima probabilidad de que eso que llamamos libre albedrío no existiese realmente (¿acaso existe?) y todos nuestros actos, incluso pensamientos, estuviesen dirigidos bajo ciertos lineamientos, por lo que ningún pensamiento sería posible si no se halla determinado por el programa en cuestión, así si el organismo u organismos artífice/s del super procesador no quiere/n que demos con esta interrogante, nunca lo haremos al menos que un error de programa obre un milagro en nuestro favor, por lo que estaríamos igual que con las opciones previamente mencionadas.
Pero, siguiendo el proceso lógico, no podemos desestimar la posibilidad de que la libertad de acción y elección formen parte del simulacro. (Si suponemos un programa concebido para el estudio de la vida, la libertad de acción podría ser un factor necesario). De ser esto factible, nuestras posibilidades de desentrañar nuestra verdadera naturaleza simulada podrían darse por nuestros propios medios. Tomando como base la naturaleza propia de la inteligencia orgánica, además de nuestros propios programas de computadora, podemos decir que toda simulación ha de contar con límites inherentes al procesador o a la propia programación, incluso un programa en bucle cuenta con un limitante que es la propia repetición. En un contexto así, nuestras chances de quitarnos el velo subyacerían en la propia capacidad de rebuscar en el programa hasta hallar su límite abstracto (como un error de lógica, etcétera) o de otro carácter. La indagación a través de la causa y efecto podría ser un camino.
Ya discriminados los tipos de superprocesadores posibles y sus implicaciones, nos toca referirnos a nosotros mismos. ¿Somos o no somos el resultado de un programa? Nick Bostrom, filósofo de la Universidad de Oxford, lo reduce de la siguiente manera:
- Ninguna civilización inteligente llega nunca a desarrollarse a un nivel tan elevado como para producir una simulación así, porque (quizás) se erradican a sí mismas antes.
- Alguna civilización llegó a tener la capacidad para llevar a cabo tal simulación, pero por causas que nos son desconocidas no lo hizo.
- Hay una probabilidad abrumadora de que estemos viviendo en una simulación.
El ganador del premio Nobel de Física (2006) George Fitzgerald Smoot sostiene la falta de razones sólidas para creer en las opciones 1 y 2. El galardonado astrofísico dijo en una conferencia de TEDx: “Somos una simulación y la física puede probarlo”.
Pero esta hipótesis también redunda en huecos (de lo contrario no sería hipótesis). Por ejemplo, hay quienes sostienen que una de las pruebas de que nos hallamos en una simulación radica en la perfección en que todo parece encajar en el universo (argumento similar al que usan los creacionistas). Este argumento puede ser deshecho sin grandes esfuerzos: la posibilidad de la existencia de un cosmos “perfecto” es igual a la posibilidad de cualquier otro cosmos. Si lanzo seis dados con seis caras cada uno existen las mismas probabilidades que salga la secuencia “1, 2, 3, 4, 5, 6” que “6, 3, 5, 6, 1, 3” o que cualquier otra. De nuevo, el teorema del mono infinito: ante un cosmos que se estima virtualmente infinito todas las probabilidades se sucederán una infinidad de veces, ahora solo estamos en un momento de una infinidad que se sucedieron y que se sucederán.
Teoría que habla de cerebros en cubetas conectados a un ordenador que simula la “realidad”. Dichos cerebros “sienten” y experimentan esa realidad. Fuente: deepsanddeeps.com
Otro argumento es que el hecho de que el universo pueda ser representado a través de cálculos matemáticos y que todo su funcionamiento se rija de esta manera, es la prueba de que estamos en un programa de computador. Este argumento puede contar con fundamentos para cimentarse sobre el supuesto de un super procesador sin un fin producto del azar. Sin embargo se invalida si el simulador cuenta con un propósito: si algo o alguien está ejecutando un programa en su mundo real (sea éste un simulacro en un ordenador o una ficción que tiene lugar en la mente), tendríamos que suponer que se ha basado en las leyes de su propio mundo para crear el nuestro, por lo tanto la razón por la que el cosmos conocido parece regirse por leyes matemáticas no sería porque está siendo administrado por un super procesador, sino porque la realidad es matemática.
Sea como fuere, en la actualidad es imposible hablar a ciencia cierta en favor de una postura u otra. Han pasado más de dos mil años desde que nuestros antepasados discutieron estas inquietudes intelectuales, y aún hoy los fundamentos del asunto (la naturaleza y origen de esto que llamamos realidad) no ha cambiado en esencia, y seguimos haciéndonos las mismas preguntas, para las cuales, quizás, jamás hallemos respuestas.
Artículo publicado originalmente en
«Revista Fuego Eterno 05 - Noviembre 2021»