En el salón sonaban los acordes de la música clásica compuesta por su abuelo décadas atrás. Las notas, reproducidas por uno de los más modernos equipos de alta fidelidad del momento, inundaban cada rincón de la antigua sala y servían de corolario a uno de los rituales modernos a los que iba a tener que acostumbrarse. Momentos antes, Inna había contemplado el parsimonioso cierre de las nuevas, al menos para ella, compuertas que separaban la zona residencial de todo lo demás. Nadie le había notificado de aquello por lo que para la recién llegada fue toda una sorpresa y un espectáculo bien novedoso. Terminado aquello había rebuscado entre los antiguos discos hasta dar con aquella obra y ahora se encontraba cómodamente arrellanada en el mullido sillón de cuero negro de un solo cuerpo que ubicado al costado de la enorme biblioteca de la sala y disfrutaba de los encantadores acordes mientras leía la autobiografía de su antepasado: el filántropo, escritor y compositor Nikolái Vasili Leskov que había encontrado precisamente en aquella antigua y bien nutrida biblioteca. De pronto una explosión lejana la secuestró de su lectura. A la primera le siguieron una segunda y una tercera detonaciones. Sorprendida y alerta, dejó el libro en el apoya brazo y poniéndose de pie con celeridad se acercó a la ventana.
En ese mismo instante ingresó a la carrera Emil Paderewski, el viejo criado. Junto a él estaba Blue, la asistente personal cibernética de la familia, otra innovación de la que no había estado al tanto hasta que se la encontró siempre secundando al antiguo mayordomo.
—Por favor, niña —le suplicó este— aléjese de la ventana.
—¿Qué ocurre allí afuera? —preguntó la joven.
—Son esas bestias inmundas y mal agradecidas. Desde que usted falta, aquí las cosas han cambiado bastante. La noche ya no es un momento seguro para esta familia. Por eso su abuelo antes de..., bueno, usted sabe, dejó indicaciones muy bien definidas sobre lo que se debía hacer.
—¿El lago artificial fue su idea? ¿Es para mantenernos a salvo de aquellas aberraciones?
—Desde hace unos meses, John Sullivan, el joven ingeniero e hijo de los Sullivan del norte, muy buenos amigos del amo, por cierto, había estado hablando con su abuelo acerca de la propuesta. Aunque la idea comenzó siendo más bien conceptual, gracias al patrocinio de su abuelo, Sullivan consiguió apoyo entre las demás familias poderosas y, alabado sea el supremo, hoy ya es una realidad. Lo que me permite respirar más tranquilo, si he de serle sincero. La sola idea de terminar en manos de aquellas bestias sedientas de sangre...
—¿Cómo funciona exactamente? preguntó la joven con verdadero interés en la obra y ninguno en la perorata del criado.
—Bueno, ya que lo pregunta... Esa compuerta que usted puede apreciar, una vez cerrada, convierte el cauce del río vecino en un enorme cuenco artificial que retiene el agua de lluvia evitando las crecidas que inundaban, cada vez más y de forma incontrolada, las calles de la ciudad.
—¿Entonces nuestros sótanos están por fin secos?
—Secos y confortables, si.
—¿Pero por qué eso haría que aquellas criaturas se mostraran tan enfurecidas?
—Pues porque ahora es su zona la que se inunda y eso ha roto la endeble paz que durante dos siglos habíamos disfrutado.
—Entiendo. ¿Corremos algún peligro aquí? —preguntó con evidente signo de preocupación en su rostro.
—En lo absoluto —respondió el inmaculado mayordomo—. El ingeniero se encargó de todos los detalles. Por las noches, que es cuando ahora salen esas sabandijas, todas las residencias notables están rodeadas del agua más profunda y si algo sabemos es que detestan el agua. O mejor diría, lo que en ella habita.
—¿Por qué dices que de noche? ¿Y durante el día?
—Han cambiado sus hábitos. Ahora solo emergen de noche. Suponemos que es a causa del clima agreste y extremo del día. Lo que, si me pregunta a mí, no deja de ser beneficioso ya que nos permite drenar y mantener secos nuestros recintos durante esas horas tranquilas.
—¿Solo salen de noche? Eso sí que no me lo esperaba.
—Oh..., como digo, el clima ha cambiado, algo relacionado con los rayos ultravioleta a los que aparentemente son muy susceptibles.
—Nosotros nunca los hemos tolerado muy bien tampoco. Por eso nuestros hábitos...
Una nueva retahíla de explosiones sacó a los interlocutores de su conversación. Estas recientes detonaciones sonaron más cerca que las anteriores y la intranquilidad ahora sí se hizo patente en el rostro de Inna. El mayordomo, aunque quiso disimularlo, no pudo reprimir un somero rictus de preocupación pero enseguida y gracias a los años de experiencia a cuestas, la compostura tomó el control de sus rasgos y su rostro volvió a no reflejar absolutamente nada.
—Créame niña —dijo con total seguridad de las palabras que estaba articulando—, que no hay nada que temer. Pueden armar una revuelta de los mil demonios allí fuera, pero jamás traspasaran las aguas. Su abuelo se encargó de que tal cosa fuera una hazaña completamente imposible de realizar.
—¿Si? ¿Cómo es eso?
—Pues verá usted, que en el agua se ocultan las más increíbles criaturas artificiales que la ciencia pudo alguna vez regalarnos. Si alguna de aquellas desdichadas criaturas osara siquiera poner un pie en el agua, sería inmediatamente despedazada por ejércitos de serpientes cibernéticas que custodian las oscuras aguas. El mínimo perturbar del fluido; la más minúscula onda que transgreda la tranquilidad del siniestro líquido las activa. Créame que he tenido la suerte de verlas en acción y es algo que de verdad se llega a disfrutar.
La chica abrió grandes los ojos. Era extraño ver que el antiguo y protocolar mayordomo de su familia expresara o dejara entrever siquiera la más pequeña emoción.
—¡Ja! —exclamó casi divertida—. ¿Tendrías la amabilidad de ponerme al corriente? evidentemente sí que han sucedido muchas cosas durante mi ausencia.
—Las increíbles serpientes se las debemos al mismísimo Ingeniero Sullivan. El les llamaba drones de seguridad pero el término serpiente me genera mayor comodidad porque realmente lo parecen y así he decidido llamarlas.
—No lo dudo. —exclamó ahora divertida.
—¡Inna, Inna! ¿Cuándo llegaste? —la que entra gritando de forma tan eufórica era Natasha, la prima de Inna que vivía en la mansión junto a su abuelo y los demás. Ambas se fundieron en un fuerte y conmovedor abrazo. Criaturas hermosas y seductoras como eran, en aquel momento no lo aparentaban y simplemente reían y se regocijaban como dos niñas. Como las dos niñas que habían sido hace tanto tiempo ya.
—Llegué con la puesta del sol, partí ni bien me enteré de lo sucedido. Pero me ha llevado algo de tiempo arribar de forma segura. Todo está tan... cambiado.
—¡Es horrible! El abuelo partió dejándonos totalmente desamparadas aquí. Hace una semana que prácticamente no puedo dormir. Si no fuera por el sopor...
—Tranquila, ya estoy aquí y haré lo que pueda por ayudar en lo que sea necesario —prometió mientras volvía a abrazar a su prima.
—¡Por dios, esto no puede ser! —gritó una voz suave que Inna reconoció al instante aunque la recordara de tono dulce y amable y ahora estaba cargada de angustia y nerviosismo. Su portadora, una dulce muchacha que no aparentaba más de veintitrés años, ingresaba corriendo a la sala con su teléfono celular en la mano. Al ver a
Inna y a Natasha allí abrazadas corrió al encuentro de ambas y las abrazó con idéntica fuerza. Inna le devolvió el abrazo y hasta la levantó por el aire sin mucho esfuerzo.
—La bella y frágil Anastasia —rió mientras la sostenía en el aire por debajo de los brazos. Al fin despiertan las dos. Veo que están cada vez más dormilonas.
—No es eso —recrimina la más pequeña—. Es que cada día temo más levantarme.
—Lo mismo me sucede a mi. No logro conciliar el sueño pero temo dejar mi confortable y cálido refugio para salir al mundo real. Las cosas están cada vez más raras por aquí. Desde...
—Lo sé, desde la partida del abuelo. Pero Emil dice que no hay que temer. Que el abuelo dejó todo asegurado.
—¡El abuelo no está! Se ha marchado y no podemos hacer nada —gritó Anastasia en un arranque de ira.
—El abuelo jamás nos dejaría desamparadas —le respondió su hermana Natasha.
—¿No tenemos acaso el lago y las... «serpientes»? Al menos Emil confía ciegamente en ellos —miró al mayordomo como buscando respaldo a sus palabras. Este con su sempiterna parsimonia, asintió, dándole la razón y dando por concluida la cuestión.
—¿Entonces qué creen ustedes que significa esto? —insistió la recién llegada enarbolando su teléfono celular en cuya pantalla se podía observar un video de YouTube cargado y listo para ser reproducido.
—¿Qué es eso? —preguntaron al unísono las otras dos.
Como respuesta a la pregunta, la joven dio play al video y en la pantalla comenzó a hablar un presentador de noticias de la CNN. Por el altavoz podía escucharse la siguiente noticia:
»La Policía Estatal busca identificar a varios conductores de cuatriciclos y motos de cross que hoy por la noche atacaron a un anciano en Boston. Un hombre de 82 años de Brookline que luego fue identificado como Jeremy Vedder, fue agredido por un grupo de entre 30 y 40 conductores de los mencionados vehículos sin razón aparente, acabando con la vida del mismo. Se pide a cualquier persona que tenga fotos o vídeos del prolongado ataque, que comenzó cerca de la calle Boylston y terminó en Allston, que se ponga en contacto con la Policía Estatal.
—¿Qué tiene eso que ver con nosotras? —se extrañó Inna—. ¿Un asesinato al otro extremos del mundo?
—No es el único —respondió segura la propietaria del celular mientras que con total determinación buscaba un nuevo video.
Enseguida lo encontró y lo puso a reproducir con similar resultado que el anterior, solo que esta vez la conductora era una mujer de acento rioplatense:
»Un grupo de encapuchados a bordo de varias motocicletas llegaron esta noche a la residencia del conocido magnate y filántropo Alberto Claudio Martínez, cita en el barrio porteño de Belgrano en inmediaciones del Museo de Arte Español Enrique Larreta, y desde la vereda de enfrente arrojaron bombas incendiarias contra la fachada del edificio centenario, lo que desató un incipiente principio de incendio que afortunadamente no provocó heridos ni daños materiales. El episodio quedó grabado en las cámaras de seguridad de la residencia y está siendo investigado por la Justicia.
—Continúo sin entender el punto. Otro atentado en el otro extremo del mundo. ¿Qué tiene que ver eso con nuestra seguridad? ¿Crees que vendrán a atacarnos en motos también a nosotras?
—¡Por Dios! ¡Qué ignorantes son ustedes dos! —se quejó—. ¿No ven la relación? ¿No reconocen a los implicados?
—No, sinceramente no.
La joven buscó de nuevo en su celular y les mostró una antigua fotografía.
—Esta foto era del abuelo. Tiene más de doscientos años y este de aquí es Jeremy Vedder, y este otro es Alberto Claudio Martínez. Aquí podemos ver también al abuelo y como ven todos ellos tienen más de 87 años.
—¿Dada nuestra condición eso no es de sorprender verdad? Podemos vivir muchos años ahora.
—Claro que podemos, si estas bestias ignorantes e involucionadas nos dejan. ¿No se dan cuenta lo que está sucediendo? ¿La desaparición del abuelo, la muerte del señor Vedder y el atentado contra Martínez?
—¿Dices que nos están cazando?
—Al menos lo están intentando. Creo que esas inmundicias han llegado a un punto donde sienten que son « ellos o nosotros».
—Pero eso no es posible. Siempre hemos sido más poderosos que ellos.
—Estamos acercándonos a una época de la historia del ser humano dónde la tecnología ayuda a las personas a superar sus limitaciones. Ya no somos tan poderosos como éramos.
—¿Pero qué dices? La tecnología cuesta dinero y nosotros lo tenemos, ellos no.
—Además ellos son una bola de seres mediocres y desorganizados.
Nosotros vivimos en comunidades que se apoyan entre sí.
—No pienso igual. Eso también ha cambiado. Esos seres, por detestables que nos parezcan, también pueden organizarse y, mucho me temo, que ya lo hayan hecho.
Una nueva explosión, ahora mucho más cerca de la puerta de acceso, las asustó de verdad. Rápidamente se acercaron a la ventana y pudieron contemplar aún el fuego existente, producto de la misma.
—Se los dije. Vienen por nosotras.
—Eso no es posible, replicó el mayordomo que hasta aquel momento no había tenido nada nuevo que acotar. El amo no lo habría permitido.
—¿Y dónde está el amo ahora? ¿Eh, querido Emil?
—¿Pero... y las otras familias?
—Las otras familias están tan aisladas de nosotros, como nosotros de ellos. El agua también nos separa.
—¿Pero el Ingeniero...?
—¡No seas idiota Emil! —gritó la joven Anastasia—. ¿Cuándo vas a entender que no nos van a ayudar? Todos ellos saben que es el fin y seguramente están lejos ya.
—¡Esperen! —intentó tranquilizar Inna—. No nos dejemos llevar por el miedo. Yo soy la mayor aquí y ahora que he vuelto corresponde hacerme cargo de la situación. Primero quería esperar a que ambas salieran de su sopor para poder conversar con ustedes ya que a falta del abuelo somos las que deberemos hacernos cargo de todo. Pero primero debemos tranquilizarnos. Necesito saber todo de cuanto ha ocurrido en este tiempo en que yo me he ausentado.
—Si no te hubieras ido, en primer lugar, esto no sería necesario
—reprochó Anastasia.
—Eso no es justo —le salió al cruce su prima Natasha—. Inna tenía sus asuntos que resolver y no nos toca a nosotras juzgarla.
—Gracias Nasha, la verdad es que me fui porque lo necesitaba. Ya no podía continuar encerrada en este pueblo. Necesitaba salir, conocer el mundo y lo cierto es que no me arrepiento. El abuelo y yo no nos estábamos llevando bien. Teníamos muchas diferencias. Mismas que cada vez se hacían más patentes. Fue lo mejor.
—¿Lo mejor para quién? ¿Sabes lo duro que ha sido vivir solas con el abuelo aquí? ¿Aguantando sus manías?¿Prohibiéndome salir siquiera a conseguir nuestro propio alimento?
—Por eso es que me fui.
—Nosotras en cambio decidimos quedarnos y cuidar de él.
—Él no era ningún impedido, no les necesitaba. Además siempre tiene cerca a su fiel Emil.
—¿Además a dónde iríamos nosotras? Todo nuestro pasado está aquí
—Intervino Natasha.
—¡El mundo es grande y más interesante de lo que creen! —le retrucó Inna.
—Sabemos todo del mundo, tenemos Internet. Las noticias no muestran nada alentador o que valga la pena.
—Las noticias nunca muestran nada alentador, esa es la idea.
Mantener a la gente encerrada, pero créanme que aún así vale la pena.
La discusión quedó inconclusa, la explosión, esta vez resonó cerca de la casa. Más precisamente en la compuerta que daba directo frente a la ventana de la habitación en que se encontraban. Las otras habían sido pequeñas en comparación pero el estruendo de estas últimas realmente generó alarma entre los presentes. Las tres jóvenes se arrodillaron y abrazaron descorazonadas y Emil, el mayordomo, cayó de bruces al suelo a los gritos. Solo la asistente cibernética se mantuvo de pie y en calma.
—La compuerta G3 ha sido abierta —indicó con una suave y melodiosa voz artificial.
Todos se pusieron de pie. Las jóvenes, con energía renovada se acercaron a la ventana nuevamente. Emil, pasado el vergonzoso incidente y recuperada la compostura, se acomodó las prendas del uniforme y se acercó también, con cautela.
Lo que vieron fue bastante descorazonador.
Las hojas corredizas que formaban la mencionada compuerta estaban siendo desplazadas, una a derecha y otra a izquierda por la sola fuerza de innumerables brazos y manos de aquellos seres. Poco a poco, la brecha se incrementó y el agua comenzó a ser expulsada hacia el exterior. Enseguida la separación fue tal que el nivel del agua comenzó a descender rápidamente y cuando fue posible permitió que uno de aquellos seres traspasara al interior, luego otro, y otro, y otro más. Enseguida las «serpientes mecánicas» hicieron aparición y un borbotón de agua espumosa sepultó a los que ingresaban, ahogando sus gritos de guerra. De repente la espuma se tiñó de sanguinolento carmesí y los más rezagados, que tuvieron la fortuna de sobrevivir al ataque, volvieron hacia la seguridad del exterior. Mientras, las compuertas habían alcanzado la apertura suficiente como para que el agua contenida comenzara a vaciarse a una velocidad aún mayor, con lo que pasados algunos minutos, las calles quedaron secas y los drones, pensados para un medio líquido, aparecieron coleteando en un vano intento por impulsarse. Daban saltos y coletazos igual que lo harían unas plateadas anguilas fuera del agua. Al ver esta ventaja, los que esperaban fuera del muro de contención iniciaron una nueva avanzada hacia la casa. Estaban realmente enfurecidos. Enarbolaban palos, y hierros de distintos largos y grosores y cuando llegaron por fin junto al otro muro de contención, el que era adyacente a la casa que resguardaba a las asustadas jóvenes y criado; cuando al fin la caída de esta a mano de la horda enfurecida era inminente, un rayo de luz emitido desde algún lugar sobre el tejado de la mansión fue a impactar uno a uno en todos los desdichados seres que se hubieran animado a escalar. Los afectados caían como moscas ennegrecidas al lecho ahora seco y quienes intentaban emularlos terminaban incrementando la pila de cadáveres calcinados. Momentos después y ante el discernimiento de que continuar con aquello no tenía ningún sentido, la multitud, igual que un rebaño de asustadas ovejas, emprendió la carrera de regreso, rumbo a la compuerta que aunque abierta, se mostraba como un inútil monumento al frustrado asalto. Solo entonces las jóvenes respiraron tranquilas y festejaron dando exacerbados gritos de alegría mientras se abrazaban unas a otras. incluso la joven Anastasia asió en un apretado abrazo al incrédulo mayordomo que no daba crédito de lo que acababa de vivenciar. Nunca en su larga vida había estado tan seguro de que todo acabaría de un momento a otro. Tan absorto estaba en su temor, que tardó en reaccionar al abrazo de la pequeña, hasta que por fin también él la asió en una cálido y paternal abrazo.
—¡Pero vaya que espectáculo! —dijo una voz de hombre desde el vano de la puerta que daba acceso a la sala—. Les dejo por una semana y casi lo destruyen todo.
Los presentes, sin excepción, se giraron hacia la nueva voz y no dieron crédito a lo que estaban presenciando. Allí de una sola pieza, se encontraba perfectamente sano e ileso, su abuelo. Aparentando sus veinticinco años, como siempre lo había hecho.
—¡Abuelo! —gritaron al unísono las tres.
—¡Señor Leskov! Iluminados los ojos que le ven...
—¿Por qué esa cara de sorpresa? ¿Es que acaso no esperaban volver a verme?
—¡Te creíamos muerto!
—Ja, ja ¿Y eso por qué? ¿Es que uno no puede tomarse unos días que todo se va al diablo y lo dan a uno por muerto?
—¡Nos abandonaste a nuestra suerte! —le gritó Anastasia, al oír que su abuelo se tomaba a la ligera la ausencia de los últimos días—.
Acabamos de estar en el más terrible de los peligros.
—¿Por esa inoportuna intromisión? Esos malditos cerdos nunca tuvieron ni la más mínima oportunidad...
—Vaciaron el lago, las serpientes no funcionan en lo seco.
—Y nunca se pretendió que funcionaran. Para eso tenemos las demás armas, el rayo de la muerte, por ejemplo, que como pudieron apreciar, funciona perfectamente.
—No vas a cambiar nunca, maldito viejo bastardo —le dijo con sorna Inna, quien a diferencia de su prima, parecía verle el lado divertido a toda esta situación—. ¿Por qué te fuiste y dejaste solas a las chicas?
—¡Qué extraño que seas tu quién justamente lo pregunte! Ven, dale un abrazo a tu viejo mentor.
Sin prisa pero sin pausa, la joven de tan solo 98 años se acercó a su ancestro y enseguida se fundieron en un emotivo abrazo.
—Sabes bien que la soledad es una condición que a veces no se puede tratar simplemente hablando con la familia —le comentó él al oído—. Mucha gente encuentra difícil hablar de su vida personal, sus problemas y sus experiencias.
—¿Tienes miedo a que se te ridiculice por tener sentimientos?¿O acaso no confías lo suficiente en tus nietas como para permitir que se sepa que no eres el monstruo que siempre estás interpretando?
—Oh Inna, nadie me conoce tan bien como tú. Espero que recapacites el quedarte con nosotros, al menos por un tiempo. No sabes cuanto te he necesitado estas últimas dos décadas.
—He vuelto para quedarme, no sé hasta cuando, pero me tendrás por aquí un largo tiempo. Siempre creí que aquí entre estas montañas, estaba sola pero me he dado cuenta que al revés de lo que pensaba, los habitantes de las grandes ciudades son más propensos a sufrir de soledad que los que vivimos en pequeños pueblos con la familia.
Por fin él la apartó pero la mantuvo sostenida de sus manos mientras la observaba con ese enamoramiento que solo los de su clase podían llegar a sentir por los suyos. Ambos tenían una apariencia juvenil pese a ser realmente viejos. Quién los viera e ignorara la verdad supondría que no pasaban de los treinta años. Todos ellos en realidad, pero lo cierto es que esto es solo un engaño.
—Mi querida Inna, la preferida de todas —le dijo con tono suave y cariñoso—. Como ocurre con la mayoría de los aspectos de la vida, ser atractivos siempre ha contribuido en gran medida a que uno pueda lograr lo que se propone de forma mucho más simple. Pero tu no solo lo eres por fuera sino que además eres inteligente y decidida y puedo asegurar que no tienes límites en absoluto. ¡Lo que te propongas lo conseguirás!
Ante aquellas palabras las demás emitieron chillidos de queja y descontento pero el las calló inmediatamente.
—Silencio queridas, todas ustedes son hermosas en realidad, por eso las elegí para formar esta familia. Pero de entre todas, ustedes mismas deben reconocer que Inna es especial. Es una creación sublime. Una criatura muy hermosa y extraña. Pero no se enojen, todos debemos conocer nuestras propias limitaciones y para celebrar que estamos de nuevo reunidos, les he traído unos pequeños obsequios que sabrán disfrutar.
—Emil, por favor, ¿serías tan amable de traer lo que dejé en mi dormitorio?
—Enseguida señor —exclamó el fiel mayordomo que llevaba con su amo más de un siglo y que había podido vivir tanto, gracias al cariño que aquel le demostraba y que él que le retribuía siendo completamente devoto de su señor.
Momentos después, mientras los presentes bromeaban, entonaban canciones y contaban anécdotas, el mayordomo volvió a aparecer trayendo consigo la preciada carga. Cuando las tres jóvenes vieron de qué se trataba sintieron un renovado entusiasmo que pronto se convirtió en excitación de la más pura.
—Les he traído esto expresamente para ustedes —les contaba el «viejo»—. Conseguirlo no ha sido sencillo y créame que lo que han contemplado esta noche allí afuera, no es otra cosa que el resultado de mi regalo. Esas viles criaturas sienten que de algún modo les pertenecen, ignoran que nosotros podemos tomarlo todo cuando nos plazca. Cada uno ocupa el lugar que le corresponde en el universo.
—Basta de palabras abuelo, ¿podemos disfrutar lo que nos has traído de una buena vez?
—Por supuesto Anastasia mía. Emil por favor...
Sin dilación, el viejo mayordomo tomó a cada uno de los bebés que cargaba y los arrojó, uno a uno a los brazos de las hermosas muchachas. Los pequeños lloraron por el susto que les originó el sacudón pero aquello no duró demasiado, solo hasta que cada una de las jóvenes clavó sus finos y delicados colmillos y drenó el preciado líquido bermellón de las pequeñas y elásticas arterias. Mientras, su creador las contemplaba extasiado.
—Beban hijas mías, beban hasta la última gota. El abuelo ha regresado y todo va a estar bien ahora.
Este cuento fue publicado originalmente en el
número 06 de
Revista Fuego Eterno de Enero 2022.
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